El domingo 18 de julio de 2010, ante el cumplimiento de una promesa anterior de realizar un viaje a la ciudad de Bogotá, para asistir a un evento académico en el que se congregarían personas de todos los sectores populares del país, inconformes con la celebración del bicentenario de la supuesta independencia colombiana, con el único propósito de exigir y al mismo tiempo acortar camino para la real y definitiva independencia, me desperté lleno de alegría, alegría que me acompaño desde muy temprano en la mañana mientras organizaba una estadía en lo posible confortable, para campesinos e indígenas quienes asistirían al mismo evento, pero por la lejanía de su resguardo, debían pasar el día en Medellín. La simple pretensión, de escuchar a grandes ponentes exponer procesos de resistencia y el hacer parte de un evento de tales magnitudes, seducía mi pensamiento en toda su totalidad, por tal motivo mi pretensión y yo, abordamos esa noche un transporte rumbo a la capital del país.
Tras una noche de viaje, al día siguiente nuestro transporte luego de algunos inconvenientes, arribo al parque nacional ubicado en el centro de Bogotá, ya desde la ventanilla del bus comenzaba a percatarme de la magnitud de tal evento, al observar una gran cantidad de gente que se aglomeraba en este recinto, no obstante, no era capaz aun de comprender su real dimensión. Luego de un corto recorrido por aquel lugar, mi expectativa y yo, entre antiguas casas y grandes prados logramos desembarcar.
Ubicado ya en el parque nacional, los organizadores de la “marcha patriótica” (nombre insuperable que recibió este evento) nos informaron a todos los asistentes que marcharíamos de forma conjunta hacia la universidad nacional, lugar en el cual, se realizaría gran parte del programa. En ese momento sin importar el hambre que el viaje había dejado como residuo en mí y la preocupación constante por el cuidado de nuestro equipaje, esa alegría con la que aborde la noche anterior aun me acompañaba intacta, de esta forma y al compas de arengas populares llegamos a la universidad nacional.
Al día siguiente, se desarrollarían cabildos abiertos, sobre diferentes temas, donde cada uno de estos representaba alguna de las formas como el estado deterioraba sistemáticamente al pueblo y con ello todas sus expresiones, eran estos cabildos los que en principio cautivaban mi ya mencionada pretensión académica, para este punto y a mi parecer algo tarde, por fin pude comprender que de este viaje recibiría significativos conocimientos, sin embargo, estos no serían conocimientos enciclopédicos expresados por grandes oradores; seria en realidad un conocimiento mucho más valioso, nacido y construido desde la convivencia y la cercanía que tuve con campesinos, indígenas, obreros, estudiantes y un sinfín de representantes de procesos de resistencia.
En las horas de la tarde de ese mismo día, en el cumplimiento de una de las tareas que como comunidad provisional cada persona debía asumir, me entere mientras vigilaba una de las mallas del inmenso campus, que la fuerza represiva del estado, estaba en su totalidad preparada, para cohibir alguna eventual movilización, puesto que ese día, 20 de julio, en el resto del país celebraban esa gran farsa que llaman independencia. Actividad que me permitió llegar a una conclusión que aunque apresurada aun creo en ella; esos hombres de cuello alto y mirada odiosa, de sonrisas hipócritas y pulso armado, estaban sintiendo en lo más profundo de sus pantalones, un miedo que los carcomía, ya que una muestra significativa de ese pueblo que creían por completo sumiso, por el embeleco de los medios o de algún miserable subsidio, estaba, en el momento de su mayor farsa, protestando por una verdadera independencia. Debido al oprobio de la vigilancia policial mi indignación (ahora recargada) y yo, esperamos ansiosos el próximo día, donde ella más que yo, podría expresar todo lo que hasta el momento guardaba.
Al día siguiente luego de la confrontación con un sujeto que desde la prepotencia de la academia, juzgaba en su hacer de docente la iniciativa popular y las medidas cautelares necesarias para la seguridad de las comunidades de resistencia, exigiendo de forma autoritaria que se respetara su imagen; fue imposible para mi no generar la chocante pero ilustrativa comparación, entre aquel académico que por sus mismos rangos pretendía ser más que su prójimo y un campesino que tuve la oportunidad de observar el día anterior en la omnipotente plazoleta “che Guevara” que con el peso de su anciana experiencia, aguardaba paciente la expresión del poder popular y con su humildad (no equiparable a sumisión) aportaba toda su sabiduría a este nuevo proceso de liberación, convirtiéndose de esa forma en un ser legítimamente respetable.
Momentos después, llego lo que pacientemente esperaba más mi indignación que yo, en este día, todos los integrantes de la marcha patriótica, caminaríamos desde la universidad nacional hasta la plaza bolívar, reclamando nuestra libertad, y al dar por terminad la marcha, alzar la voz y poner el puño en alto al unisonó y así todas las expresiones del poder popular enunciarían la ahora colectiva indignación en un memorial de agravios. Al comenzar esta marcha uno a uno fueron saliendo los reales héroes de la patria y comenzamos nuestra cruzada, vigilados a cada momento por acorazados sedientos de muerte, y entre pintas, gritos y cantos, nos acercábamos cada vez más a nuestro objetivo. A la altura de la carrera séptima tuve la inquietud de observar las dimensiones de la marcha, al darme cuenta de su colosal tamaño, supe que mi indignación no estaba sola, que la necesidad de un país mejor no era solo mi necesidad, supe en definitiva, que no estaba solo, gracias a este sublime momento que comenzó al subirme a una será para ver los marchantes, por primera vez mi esperanza, mi visión de pías y yo, nos reconciliamos en una sola sonrisa.
Juan Esteban Patiño